jueves, 28 de abril de 2011

EPÍLOGO - UN TRAYECTO A RECORDAR



Volví a recordar la frase o creo que me la recordó Luis: “Cada día es distinto. Todas las noches son la misma”. Salíamos de Andorra a la una de la madrugada. Nos equivocamos una vez, nos desviamos erróneamente. Enredados en cuestas, atravesamos un túnel y finalmente, recuperando la ruta correcta, pasamos la aduana, donde no había nadie. Tiendo a ver símbolos y al pasar la aduana de Andorra pensé que pasábamos algo más. Nico conducía sereno. Nico dio una lección de responsabilidad y de seriedad, conceptos que no siempre hemos asociado a él. Sin embargo Nico, con la actitud de un sabio, del que va más allá, se mantuvo sereno y firme cuando alguien dudaba de si aguantaría conduciendo de madrugada hasta Barcelona después de la paliza que llevábamos encima. Nico nunca bajó la guardia, no dio muestras de cansancio, no se rebajó ni un instante al sueño, al desanimo. Los demás si, a los demás se nos cerraban los ojos pero teníamos la misión de mantener vivo el ambiente de la furgoneta. Había una solidaridad invisible hacia la heroica de Nico. Hubo un rato que no sabíamos de que hablar para aguantar. Recuerdo engañarme a mi mismo. Escabullirme mentalmente y casi ceder, cerrar los ojos y atravesar ese trozo que casi sueñas. Afuera la carretera pasaba rara. No había coches y todas las gasolineras que nos cruzamos estaban cerradas. Puedo asegurar que de los trayectos que llevamos hasta ahora, ese, sin duda, ha sido el más duro. Lo que hizo, sin embargo, peculiar y entrañable ese trayecto que se hizo enormemente largo, porque a la mitad cambiamos de hora. De la 1:59 pasamos a las 3:00. Y esa hora devorada, lejos de reducir las distancias, nos dio una hora más de cansancio. Lo que hizo que fuera ameno, fueron las conversaciones que nos inventamos para no cerrar los ojos mientras Nico avanzaba épico por Cataluña. Hablamos de cine, de como esa carretera parecía otra carretera, de México, de Venezuela, de las proyecciones de luces, de lo raro de encontrarnos todas las gasolineras cerradas y finalmente hablamos del miedo. De todos los miedos, de cada uno de los miedos. Del miedo a que haya alguien en tu casa ahora, cuando tu no estás, del miedo a la altura, a la muerte, del miedo a la inmensidad, la inmensidad absoluta, del miedo a los fantasmas, del miedo a las ciudades, del miedo al miedo y a mi esa conversación me parecía multiplicada, casi como si hubiera ecos en la carretera, porque era el ambiente idóneo. Seis tipos avanzando por la oscuridad, iluminados por la luz frontal de una furgoneta alquilada, rodeados de noche, de montes que desconocíamos, de árboles que recibían ese golpe de luz al pasar, las líneas de la carretera, el silencio y el frío afuera, el sonido del motor, la música que iba sonando y que no memoricé, porque sonaba pero no la escuchaba. Escuchaba a los otros, a Miguel hablando de casas, de una hora larga, tremenda, de una hora agónica, axifisiante. A Luis hablando de una noche lejana con la presencia de un tipo que había entrado por la ventana. A Nico conduciendo y cerrando con sabiduría las anécdotas. A David que evoca fantasmas invisibles. Yo que conté el viaje raro, el viaje del que casi no hay vuelta, el viaje zoom out. Isi calla, Isi si duerme, pero a Isi se le permite. Tanta energía, tanta actividad necesita de descanso, nadie le puede negar descanso al motor de la nave. La conversación del miedo se diluye, va pasando a otra cosa, va apareciendo Barcelona y los tres de atrás bajamos la guardia, las luces de la ciudad las tomamos como una forma de meta y entonces dejamos a Nico con el trayecto final hasta el aeropuerto. Sueño. Sueño una furgoneta, una carretera. Nico detiene el coche. Nico es, siempre, inmenso. Nico es como la noche. Siempre es el mismo.

Simple y complejamente Nico.