viernes, 25 de marzo de 2011

2ª ETAPA: GALICIA - FORMIGAL







La carretera de la Coruña me recuerda a mi infancia, aunque ahora ha cambiado levemente, pero se sigue pasando por los mismos paisajes de entonces. Así que cuando subo por esa carretera tiendo a recordar aquellos años y el viaje se hace doble: uno, el que sucede, el que está pasando mientras Robinson conduce y los demás vamos callados oyendo nuestra música o leyendo algo y el otro el que sucede interiormente, de un modo más emocional. Es inevitable. Recuerdo a mi viejo conduciendo y la música que escuchábamos en el coche entonces. Mi madre siempre ponía una cinta increíble, y que sigue siendo memorable, de Simon and Garfunkel. Esa carretera es todo eso. La metáfora es fácil, pero ese viaje siempre es, también, un viaje al pasado.










 Un poco antes de Vigo giramos en una carretera que yo no recordaba, que estoy casi seguro que no había entonces, que lleva hasta Pontevedra. Esa carretera va bordeando Vigo desde la montaña. Entonces desde la furgoneta veo como va cayendo Vigo hacia el mar y me entusiasmo reconociendo las Islas Cíes al fondo. Hay un sol del carajo y me emociono y recuerdo a mi hermano mayor. Entonces cruzamos el puente de Rande sobre la ria de Vigo y viene la imagen de mi viejo conduciendo y me viene de nuevo a la cabeza Simon and Garfunkel (Bridge over troubled water). Miro a David que en ese momento despierta. A veces, todo, parece un sueño de él.

Las mejilloneras desde el puente Rande
"La nostalgia es la alegría de sentirse triste"


En Pontevedra todo sucede rápido o con una lentitud extraña, una lentitud acelerada. Como si nos hubiéramos colado en una forma extraña de tiempo. Todo va cayendo, más que sucediendo. Va cayendo la prueba de sonido, van cayendo unos personajes confusos, frenéticos, van cayendo las calles, va cayendo la cena, va cayendo una botella de crema de orujo, va cayendo Popi, que es un tipo que me da por pensar que no existe, que se lo está inventando alguien. Va cayendo el concierto que cae a ritmo de Punk, de descarga. Estamos metidos en una caja de zapatos repartiendo energía nuclear para cuatro borrachos y una conmovedora pareja que ha venido a vernos y que nunca podremos agradecerlo más, porque esa pareja, ahí, atenta, le da sentido a Pontevedra, a todo lo que cae. Va cayendo la noche de Pontevedra y yo termino en la cama. Asfixiado por la congestión. Cayendo.


Botella de crema de orujo, 
promedio de vida:4´23"

En Coruña estoy rozando la fiebre. Nos tiramos en la cama del mejor hotel de la gira y en el que menos tiempo estaremos. Duermo unos minutos, poco, pero sueño con un zoo, un zoo gigante. Hay una taquilla, en la taquilla hay un tipo que vende entradas a 500 euros. A mi, el precio, me parece desorbitado y pregunto el motivo del precio, el taquillero, que se parece a Popi, me dice que dentro está Jodorwsky y que el futuro cambia según cruzas la puerta. Me despierto. Nos vamos a comer. Como caldo porque quiero combatir la congestión y pescado porque me apetece. Terminamos en la playa. Hay unas olas gigantes y una pareja tirada en la arena. Me acuerdo de mi hija. Me la imagino este verano en la playa. Hay un sol suave, hermoso. Parece que anuncia algo, no se sabe que, pero anuncia algo. Algo bonito. El principio del sosiego. 
El principio de la felicidad. Cada vez creo menos en el frenesí.




Paseo marítimo de La Coruña, 
antes de tocar en La Fnac.

En el fnac lo pasamos muy bien tocando. En el fnac pienso por primera vez que somos un grupo. Un grupo de esos que yo he visto, un grupo con sus formas, con su música, con su modo. No planificamos repertorio. Hay dos niñas pequeñas que bailan todo, pero sobre todo “Desde el observatorio” y “ Desde las escaleras” Esas canciones, más allá de su semejanza en el título, que también, tienen algo como de hermanas o de primas. No se parecen, pero llevan un código genético enormemente parecido. Al final del concierto un tipo de unos cuarenta y cinco años se nos acerca y hace, para mi, la crítica más positiva que he oído de nuestra música. También hablamos con Cosmonauta McKinki, un tipo que nos conoció por el facebook y que resulta ser una persona enormemente agradable. En Coruña cenamos y bebemos alvariño hasta por los codos, lo cual puede jugar a favor a la hora de pasar la noche en la furgoneta. Nos quedan 900 kilómetros por delante.

Días antes había leído una frase tremenda de Elizondo: “Cada día es diferente. Todas las noches son la misma” Mientras Miguel y Robinson hablan de la vida y experiencias, dignas de libro, de Robinson, trato de acomodarme como puedo en el segundo asiento de la furgoneta. Desde la ventanilla no se ve nada, salvo esas luces que se reparten de un modo inexplicable por las llanuras de tinieblas en medio de la carretera. Pienso en algo no concreto, más que pensarlo percibo algo curioso: La noche, la furgoneta, la voz casi inaudible de Robinson hablando con Miguel, los focos reventando en el asfalto por el que vamos avanzando, le da a todo un aire de fugacidad. La noche en la tierra. Una furgoneta por una carretera, siete tipos en busca de algo, algo invisible, algo que no existe, pero que parece que está, siempre, justo después de la pelota de luz que proyecta la furgoneta sobre el asfalto. Todas las noches son la misma.

Amanece en el Pirineo. No se como definir la sensación de abrir los ojos y ver ese invento cósmico de montañas y nieves y prados y ríos y el Sol que está tremendo. Abro los ojos y veo eso y a los tipos con los que tengo un grupo, un proyecto entre hermoso y enloquecido y me siento parte de una familia. Una familia con sus roles, con sus distintas relaciones, pero una familia al fin y al cabo. Isi vendría a ser el padre: Un padre bueno, exigente, activo. Miro la hora, pienso que mi hija está a punto de despertar. Me dan ganas de llamar, pero espero. Algún día, imagino, veranearemos en el Pirineo. Soy un tipo con una enorme tendencia romántica y siento una enorme carga de amor en ese momento. No obstante, sigo jodido de la garganta.







Nuestro folclórico Hotel del Pirineo.


Subimos a la estación, donde tocaremos, después de habernos dado el lujo de meternos en un Spa, enfrente de nuestro hostal, a relajarnos. En el parking de la estación han montado una carpa tremenda. Hay un rato que es curioso, porque por alguna razón incomprensible, me siento desubicado. No se en que sentido, pero de repente miro a los lados y veo a Nico y veo a Luis y me da la sensación de que les pasa un poco lo mismo. Estamos ahí, sabemos que hemos venido hacer pero hay algo que no logramos encerrar mentalmente. En un momento Luis me dice algo bonito, de las vidas ambulantes, de los circos, de las ferias. Miro a la gente bajando por la pista de Esquí. Es un deporte extraño, a veces me parece que tiene un halo de ciencia ficción. Los trajes, los movimientos, los remolques atravesando las montañas nevadas. Hay un Sol increíble, pero cada segundo tengo más frío y me siento más jodido de la garganta. Camino con los chicos por la estación. Comemos. Probamos sonido. Bebemos cerveza a cascoporro. 
Subimos a tocar. Cada concierto de estos tres días ha sido distinto. Lo que me gusta de este es que hay una amplitud a la que no estamos acostumbrados. Hay canciones que salen bien. Dejo el último trozo de voz que me queda en el coro de negro mate que hago justo antes del segundo estribillo. Terminamos.

Nico inmortaliza La Carpa Polar.




El hombre.
Al día siguiente volvemos a Madrid. En la carretera nos cruzamos con unos 20 camiones militares. Cada uno lleva 2 tanques. El paisaje, desde la salida a las siete de la mañana, en pleno Pirineo, hasta Madrid, a la una de la tarde, va variando. Llego a casa. Le doy unos siete u ocho besos a mi hija y cuento el viaje a M.

    Texto:    I. Ignatiev.
    Imagen:   L. Pernalonga.








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